Ras ras ras. Solo escucho el sonido de
los patines por la acera. Solo noto el viento en cada partícula de
mi ser. Solo una palabra cruza por mi mente. Libertad. Eso es lo que
busco.
“No vayas muy rápido”-dijo mi
madre cuando me vio salir a toda velocidad con los patines colgados
por la puerta de mi casa.
No voy muy rápido, aunque ella no
opinaría lo mismo. Pero bueno, yo controlo, esto es lo que mejor sé
hacer. La mochila que llevo a la espalda me quita un poco de
aerodinámica, pero aun así no tengo ningún problema al coger la
curva ni la cuesta abajo.
Coloco la mano enfundada en el guante
protector en el suelo y hago ese giro que siempre alarma a mi padre,
doy la vuelta entera sobre mi misma y vuelvo por el camino.
“Y por lo que más quieras, no te
salgas de la acera”-resuena la voz de mi madre en mi cabeza.
Lo siento mamá, pero es mi momento de
libertad, tú que no lo has probado nunca no lo entiendes, pero para
mí es lo mejor de este mundo. Ya veo la calzada, con coches
aparcados, pero en vez de esa voy a un pequeño callejón a la
izquierda, donde nunca pasa ni un solo coche.
Y entonces sí, sin perder velocidad
bajo de la acera. Empiezan a vibrar mis pies por la rugosa
superficie. Cada célula de mi cuerpo nota la vibración. Por fin soy
libre. Por fin soy yo. Por fin vuelvo a sentir la sensación de
patinar por el asfalto.
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