El primer día,
todo fueron bromas y risas, piques y alegría.
El segundo, el
tercero, todo era más o menos igual.
Hasta que
empezó a escasear la comida que llevaban con ellos. Hasta que los
arroyos que el mapa marcaba, no estaban tal y donde decía el mapa.
Hasta que las cosas empezaron a complicarse, y sus ánimos menguaban,
como menguaba la luz del sol entre las hojas de los árboles.
-Paremos un
ratito, me duelen los pies.-se quejó Escorpio mientras se sentaba en
una roca.
-Venga,
Escorpio, un rato más, hasta que se haga de noche.-dijo Elanor
sonriéndole.
-No vale,
joooo, ya casi es de noche, y estoy muuuy cansada.
-Quizás
podríamos parar y acampar ya...-dijo Nantan.- Al fin y al cabo,
todos necesitamos descansar.
-Hey, peña, no
le iréis a echar cuenta a la niña chica esa, ¿no?
-Me duelen los
pies, niñato, pero aún soy capaz de pagar patadas, ¿quieres probar
una?-dijo la aludida con cara de mala leche levantándose de golpe.
-Que se haga la
paz.-dijo Elanor poniéndose entre medio- Anda, preparemos el
campamento, se hace de noche. Y tengo una idea para subiros los
ánimos.-concluyó con una sonrisa de oreja a oreja.
Y entre todos,
como cada noche, prepararon su mini-campamento: preparaban un círculo
de piedras y prendían dentro el fuego, para tenerlo bien controlado,
buscaban frutos comestibles por los alrededores, preparaban las
mantas y sacos de dormir y buscaban algún refugio natural (cosa que
rara vez encontraban). Y esta noche, harían algo nuevo.
Estaban todos
sentados alrededor del fuego, con algunos frutos y algo de la comida
que les quedaba (que era poca), acurrucados entre mantas.
-Bueno, tú, ¿y
cuál era esa idea pa' subirnos el animo?-dijo Hassio, completamente
tumbado mientras asaba trocitos de fruta pinchados en un palo y comía
su último paquete de patatas fritas.
-He pensado que
podríamos contar historias.-todos se la quedaron mirando- Ya sabéis,
historias que nos hayan pasado: anécdotas graciosas, el por qué de
tatuajes o historias familiares... Algo.
-¡¡Es una
idea genialosa!!-gritó la Arobrea.- ¿Puedo empezar? Oh por favor
decidme que puedo empezar...
-Empieza,
Escorpio, te escuchamos.-dijo Nantan reprimiendo una sonrisa.
-Bueno pues...
Os cuento todo desde el principio, ¿no? Pues sí, ea, desde el
principio.-dijo Escorpio más a sí misma que a los demás.
>>Mis
padres llevaban ya bastante tiempo casados cuando decidieron tener un
hijo. Pero mi madre no se quedaba embarazada. Mi madre estaba
desesperada, desde pequeña su sueño había sido ser madre y perdía
la esperanza de que eso sucediera día a día...
Los Arobrea
creemos en las constelaciones. Creemos que cada estrella fue el alma
de alguien, mientras más brillante, más pura, inocente y buena. Mi
madre no era muy de rezar y de creer; sin embargo, llegó a rezar,
comenzó a creer y a hablarle a las estrellas.
Y se enteró
que estaba embarazada, una noche mientras rezaba a Escorpio, y para
mayor casualidad, cuando nací, Escorpio reinaba en el cielo, siendo
así mi horóscopo.
Mis padres
pensaron que eran señales más que suficientes, y a pesar de que
Escorpio es un nombre que se les suele poner más a los niños, me
llamaron así.
-Ya decía yo
que tu nombre lo había escucha'o en algún tío.-dijo Hassio
mientras rebuscada en el paquete de patatas.- ¿Quién cuenta la
siguiente historia? Darse prisa que me duermo.
-Cuenta tu
algo, si tanta prisa tienes, Sr. Chulito.-le dijo Escorpio.
-Ea, pos me
toca.-dijo Hassio con total desparpajo- Os cuento esto, pero sin que
nadie se ponga sentimentaloide ni tonterías de esas, ¿entendi'o?
>>Bueno
pos... No sé si os habréis fija'o en el collar este que llevo, el
de la mano esta rara. Mi abuela la llamaba “mano de Fátima”.
Decía que en tiempos remotos, se creía que alejaba la mala suerte y
que había un montón de leyendas que hablaban sobre ella, pero que
con el tiempo todas se olvidaron. Pero mi abuela era de las que
siempre se creía todas esas leyendas raras que andan por ahí. Ella
se empezó en que yo llevara siempre la mano esa, porque decía que
así me protegería de todos los males y como desde chico he si'o
bastante revoltoso, pues así se quedaba más tranquila. Yo nunca me
creí to'as esas tonterías, pero resultó que un día íbamos mi
panda de amigos y yo, y nos metimos en un lío bastante gordo, y fui
el que mejor para'o salió. En verda' en verda' no paso na' grave,
pero fue un buen susto. Y desde entonces pos no me quito el collar
este, porque desde algún la'o me protege algo, o la mano esta, o mi
abuela.
-Y luego dice
que no es sentimental...-dijo Escorpio medio dormida entre bostezos.
-Es una bonita
historia, Hassio.-dijo Elanor, mirando al chico dinkitu de una nueva
manera. Quizás no era solo el chico con pinta de vándalo que
mostraba, quizás tenía un corazoncito en algún lado.
-Te toca,
Elanor,-dijo Nantan restregándose un ojo- antes de que todos nos
durmamos como Escorpio.
-¡No estoy
dormida!-dijo Escorpio mientras habría un ojo.
-Aún-respondí
yo riéndome- Bueno, dejadme pensar... Ya sé. Os voy a contar una
historia de mi padre. Yo tendría... no más de 7 años, sí, unos 7.
>>Aquel
día estaba en el bosque, con mi padre, en unas de nuestras
excursiones en busca de animales que ver, cuando vi un pájaro, puede
que un pequeño petirrojo, no lo recuerdo. Mi padre silbó, como solo
él sabía hacerlo, tan idéntico a los pájaros... Bueno, la cosa es
que el pajarillo bajo, estiré la mano y se agarró fuertemente a mis
dedos. Claro que eso es normal, porque cada vez que algo roza la pata
de un pájaro, este la cierra, pero entonces, sin saber eso, me sentí
súper feliz. Mi padre volvió a silbar, y el pequeño pajarillo
comenzó a cantar junto a mi padre, como si fueran dos músicos
ensayando. “¿No silbas, Elanor?”, me preguntó mi padre, y me
pasé todo el camino de vuelta intentando silbar, pero sin
conseguirlo. Desde ese día, no paré de intentar silbar, pero no
hubo manera, hasta que mi padre volvió un día con la ocarina. La
había tallado él, con sus propias manos, y me enseñó a tocar,
para que pudiera silbar como los pájaros.
-¿Nos tocas
algo?-dijo Escorpio con voz soñolienta.
Y Elanor
comenzó a tocar, primero notas suaves, como cantos de pájaros, pero
poco a poco la melodía se fue complicando, mientras Escorpio se iba
quedando dormida, y Hassio seguía el mismo camino.
-Bonito
hechizo,-dijo Nantan medio sonriendo- la música amansa a las fieras,
¿no?
-Eso parece,
¿están los dos dormidos?-Nantan asintió con la cabeza- Pues aún
así no te libraras de contar tú una historia.
-Ya creía yo
que me libraba... Bueno, voy para allá para no hablar muy fuerte y
que te enteres, sería una lástima despertarlos y que volvieran a
discutir.
Nantan se
levantó, y con cuidado, fue a sentarse al lado de la joven zaisere.
-¿De qué
quieres la historia?-susurró sentado al lado de ella.
-¿Qué
historias tienes, señor cuentacuentos?
-Muchas, de
miedo, de amor, normales, de magia... Ya te dije que era una caja de
sorpresas.-dijo sonriendo.
-Cuéntame algo
curioso, alguna leyenda, vamos a ver que tienes.
-Encantado.-dijo
con la mirada perdida.-Veamos... Esta te puede gustar... Es una
leyenda que solía contarme mi tía, es una zaisere, ¿sabes? La
única de la familia que no es una dinkitu, siempre se siente un poco
fuera de lugar en las cenas familiares... Pero todos la queremos
mucho. He crecido escuchando esta leyenda de su boca:
>>Hace
miles de años, antes de que los clanes se unieran para crear la
Ciudad, cada uno vivía separado, en el bosque. Pero eran grupos
relativamente jóvenes y había uno más antiguo de lo que nadie era
capaz de recordar. Mi tía solía llamarles la Raza Perdida. Eran aún
más hábiles leyendo el cielo que los Arobrea, más diestros con los
metales que los Muluk, más fuertes que los Dinkitu, y con una
conexión con la naturaleza más fuerte que los Zaisere. De hecho,
ellos les enseñaron a los cuatro clanes su sabiduría, pero cada
clan eligió solo un trozo, haciendo así necesario que todos
convivieran juntos. El día que los cuatro clanes decidieron unirse
en una sola comunidad, aquella Raza Perdida rechazó formar parte.
Nadie sabe por qué, nadie sabe su historia. Pero ellos saben la
historia de todos. Porque cuando las personas comenzaron a crear los
clanes, ya estaban allí; cuando cada clan se dio nombre y
características, ya estaban allí; cuando se creó la Ciudad y el
Amuleto, ya estaban allí. Y si es cierto lo que mi tía contaba...
Aún siguen allí, en algún lugar del bosque.
-Si eso fuera
cierto... ¿Nos ayudarían?¿Nos darían las respuestas que
necesitamos?¿Nos guiarían hacia el Amuleto?-le preguntó Elanor
completamente asombrada.
-No lo se...
¿Nunca habías escuchado esa historia?
-La verdad es
que no... Los zaisere contamos muchas historias, pero nunca había
escuchado esta.
-Deberíamos
dormir ya, mañana nos espera un día duro, con o sin la ayuda de la
Raza Perdida...-dijo Nantan mientras bostezaba.
-Llevas razón
Nantan.-dijo Elanor mientras se tumbaba entre las mantas.
-Rara es la vez
que no llevo razón, pequeña zaisere, ve aprendiéndolo.-dijo el
dinkitu con una sonrisa enigmática.
-Eres una caja
de sorpresas...-contestó Elanor medio dormida ya.
Y mientras se
quedaban dormidos, algo se movió entre los árboles, justo donde la
luz del fuego se apagaba y no se veía más que oscuridad.
Y cuando los
cuatro ya estaban dormidos, una mujer se acercó, en el más completo
silencio, y apagó la hoguera, y se fue, dejando tras de sí nada más
que el humo de la hoguera.
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