No vieron a ningún otro centauro mientras caminaban
por aquellas tierras. Aunque los centauros sí los vieron a ellos, pero por algo
Magoth había querido que Bane les acompañara: no convenía ninguna interrupción.
Escorpio iba encantada con el pequeño Firenze,
Hassio parecía que le había caído bien a Bane, y Nantan y Elanor iban admirando
el paisaje. Pero Breena no disfrutaba del camino, hasta ella, que era más bien
despistada, sabía que pronto pasaría algo malo, sabía que apenas les quedaba
tiempo.
-Tú también lo sabes, ¿no, Breena?-le dijo el
centauro mientras los chicos preparaban un sitio para cenar y dormir.
-Como para no darse cuenta, Bane. Y me preocupa
demasiado.
-Tan solo puedes acompañarles y tratar de ayudarles,
pero en el momento de la verdad, serán ellos los que tengan que hacerlo todo,
hadita. Está escrito en las estrellas.
-Ojalá pudiera borrar lo que dicen, Bane…
-Pero no podemos.
-¡Papá!-dijo el potrillo con un relincho,
interrumpiendo la conversación- ¡Ven aquí, vamos a cenar!
Tras una buena cena y varias discusiones sobre los
turnos de vigilia, todos se durmieron salvo Hassio.
Para sorpresa suya, al momento, Escorpio estaba allí
con él.
-¿Qué quieres ahora, princesita?
-Buenas noches, Hassio. Sí, de nada por hacerte
compañía.-contestó la chica con ironía.
-Mira, a mí no me vaciles, ¿quieres algo, o no?
-De verdad, que macarra eres.
-Macarra no, gracioso si acaso, tampoco hay que
herir el orgullo.
-¿Ah, que tienes orgullo?
-Te invito formalmente a que te vayas a paseo, o te
mando yo de una patá en el trasero, princesita.
-Menudo príncipe estas hecho, y yo que venía a que
la guardia no te aburriese.
-A veces un juglarcillo es más listo, más bueno y
más guapo que cualquier príncipe. Y más valiente.
-¿Y tú eres de esos, Hassio?
-¿Te atreves a comprobarlo? Sal conmigo.
-¿A dónde? ¿Al cine? Estamos en el bosque, ¿recuerdas?-dijo
Escorpio tratando de sobreponerse a su corazón desbocado y a sus mejillas
rojas.
-Sabes a lo que me refiero, no me hagas repetirlo,
señoritinga-dijo el chico bastante cortado.
-No te atreves. Sabes que acabarías siendo un
principito como yo.
-O tú una macarra de las mías.
-Sigues sin atreverte.
-¿Se pue’e saber a qué no me atrevo?-dijo Hassio de
los nervios.
-A darme un beso.
Ahí terminó la conversación. No se escucharon más
peleas entre los dos aquella noche, a pesar de que pasaron tiempo juntos. Y a
pesar de que aún cuando sus respectivas guardias habían terminado, ambos
seguían en sus sacos sin dormir, pensando en todo lo que había pasado, y en
todo lo que estaba por pasar.
-Mañana al mediodía, los centauros
tendrán que abandonarles.
-Lo sé, jefe.
-Tiene que ser entonces. No puedes
fallar, Giot, es nuestra única oportunidad. Y la última.
Elanor había cogido la costumbre de hacer la
última guardia para ver amanecer. Para los zaisere, el amanecer y el atardecer
son momentos importantes, y para ella, ahora más que nunca, el amanecer era
mágico. Tal y como lo sentía su padre, ella sentía ahora la conexión con el
mundo en ese momento. Y también, la conexión con él.
El resto del grupo, se había acostumbrado a
despertar con el sonido de su ocarina. De la ocarina que le había dado su
padre.
-En pie, potrillos, que ya os queda poco.-dijo Bane
mientras todos se despertaban, y no volvió a pronunciar nada más hasta su
despedida, apenas unas horas después.
A mediodía, Nantan, que iba primero, avistó las
Cuatro Montañas formando una corona y un valle entre todas.
-¡Mirad, chicos! Es ahí.
-Por el Amuleto, son preciosas…-susurró Escorpio
observando las montañas.
-¿Ese lugar desprende magia por todos los lados, o
son cosas mías?-preguntó Elanor a Breena.
-Así es. Incluso más de la que debería.
-Eso es que vuestro Amuleto anda cerca.-dijo alegre Firenze-
No puede haber tanta magia si no hay dos fuentes.- Breena se le quedó mirando
asombrada.
-Como se nota que eres hijo de Bane, potrillo. Que
intuición en alguien tan pequeño.
-Dejémonos de halagos, hadita. A partir de aquí, no
puedo acompañaros. Aquí termina nuestro territorio. Ahora, esto es cosa
vuestra. No sé hasta donde podrá acompañaros Breena, pero este es nuestro tope.
Ha sido un placer, habitantes de la Ciudad, y un orgullo conoceros. Pero antes
de irnos, Magoth quería que os dijéramos algo.
-¿Puedo decirlo yo, papi?-preguntó Firenze, y cuando
Bane asintió, comenzó a hablar de tal manera, que parecía que escuchaban a la
madre en vez de al potro.- Todo está cerca de terminar. El Amuleto y el Valle
están ahí delante, pero debéis tener cuidado, entrar puede parecer fácil, pero
lo difícil siempre es salir. No os hace falta saber quién está haciendo esto,
sino el por qué. Y os daréis cuenta nada más que abráis los ojos y penséis como
ellos. Cosa que debéis hacer, porque sin duda, ellos tratarán de pensar como
vosotros. Mucha suerte, ciudadanos, y que las estrellas sean benevolentes con
vosotros.
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